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Соблазнительница

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Предлагаем вниманию читателей роман одного из крупнейших испанских писателей конца XIX — первой трети XX века Висенте Бласко Ибаньеса (1867-1928). В книге приводится неадаптированный текст романа. Сохранена орфография оригинала.
Бласко Ибаньес, В. Соблазнительница : книга для чтения на испанском языке : художественная литература / В. Бласко Ибаньес. — Санкт-Петербург : КАРО, 2018. — 320 с. — (Literature clasica). - ISBN 978-5-9925-1320-2. - Текст : электронный. - URL: https://znanium.com/catalog/product/1047871 (дата обращения: 26.04.2024). – Режим доступа: по подписке.
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Vicente Blasco IBANEZ





                LA TIERRA DE TODOS





LITERATURA CLASICA







КАР О
Санкт-Петербург

УДК 372.8
ББК 81.2 Исп-93
     Б68

      Бласко Ибаньес, Висенте.
Б68 Соблазнительница : книга для чтения на испанском языке. — СПб. : КАРО, 2018. — 320 с. — (Literatura clasica).
      ISBN 978-5-9925-1320-2.
          Предлагаем вниманию читателей роман одного из крупнейших испанских писателей конца XIX — первой трети XX века Висенте Бласко Ибаньеса (1867-1928).
          В книге приводится неадаптированный текст романа. Сохранена орфография оригинала.
УДК 372.8
ББК 81.2 Исп-93

Висенте Бласко Ибаньес
LA TIERRA DE TODOS
СОБЛАЗНИТЕЛЬНИЦА
Ответственный редактор О. П. Панайотти
Технический редактор А. А. Стуканова
Иллюстрация на обложке М. А. Головатюк
Издательство «КАРО», ЛР № 065644
195027, Санкт-Петербург, Свердловская наб., д. 60, (812) 570-54-97
WWW.KARO.SPB.RU
Гигиенический сертификат № 78.01.07.953.П.324 от 10.02.2012
Подписано в печать 21.05.2018. Формат 70 х 100 ¹/₃₂. Бумага газетная.
Печать офсетная. Усл. печ. л. 12,9. Тираж 1200 экз. Заказ №
Отпечатано с готовых файлов заказчика в АО «Первая Образцовая типография», филиал «УЛЬЯНОВСКИЙ ДОМ ПЕЧАТИ» 432980, г. Ульяновск, ул. Гончарова, 14.


ISBN 978-5-9925-1320-2

© КАРО, 2018

            Capitulo I




    Como todas las mananas, el marques de Torrebianca salio tarde de su dormitorio, mostrando cierta inquietud ante la bandeja de plata con cartas y periodicos que el ayuda de camara habfa dejado sobre la mesa de su biblioteca.
    Cuando los sellos de los sobres eran extranjeros, parecfa contento, como si acabase de librarse de un peligro. Si las cartas eran de Paris, fruncfa el ceno, preparandose a una lectura abundante en sinsabores y humillaciones. Ademas, el membrete impreso en muchas de ellas le anunciaba de antemano la personalidad de tenaces acreedores, haciendole adivinar su contenido.
    Su esposa, llamada «la bella Elena», por una hermosura indiscutible, que sus amigas empezaban a considerar historica a causa de su exagerada duracion, recibfa con mas serenidad estas cartas, como si toda su existencia la hubiese pasado entre deudas y reclamaciones. El tenia una conception mas anticuada del honor, creyendo que es preferible no contraer deudas, y cuando se contraen, hay que pagarlas.
    Esta manana las cartas de Paris no eran muchas: una del establecimiento que habfa vendido en diez plazos el ultimo automovil de la marquesa, y solo llevaba cobrados dos de ellos; varias de otros proveedores — tambien de la marquesa — establecidos en cercanfas de la plaza Vendome, y de comerciantes mas modestos que facilitaban a credito los artfculos necesarios para la manutencion y amplio bienestar del matrimonio y su servidumbre.
    Los criados de la casa tambien podfan escribir formulando identicas reclamaciones; pero confiaban en el talento mundano de la senora, que le permitirfa alguna vez salir definitivamente

Vicente Blasco Ibanez. La tierra de todos

de apuros, y se limitaban a manifestar su disgusto mostrandose mas frfos y estirados en el cumplimiento de sus funciones.
    Muchas veces, Torrebianca, despues de la lectura de este correo, miraba en torno de el con asombro. Su esposa daba fiestas y asistfa a todas las mas famosas de Paris; ocupaban en la avenida Henri Martin el segundo piso de una casa elegante; frente a su puerta esperaba un hermoso automovil; tenfan cinco criados... No llegaba a explicarse en virtud de que leyes misteriosas y equilibrios inconcebibles podfan mantener el y su mujer este lujo, contrayendo todos los dfas nuevas deudas y necesitando cada vez mas dinero para el sostenimiento de su costosa existencia. El dinero que el lograba aportar desaparecfa como un arroyo en un arenal. Pero «la bella Elena» encontraba logica y correcta esta manera de vivir, como si fuese la de todas las personas de su amistad.
    Acogio Torrebianca alegremente el encuentro de un sobre con sello de Italia entre las cartas de los acreedores y las invitaciones para fiestas.
    — Es de mama — dijo en voz baja.
    Y empezo a leerla, al mismo que una sonrisa parecfa aclarar su rostro. Sin embargo, la carta era melancolica, terminando con quejas dulces y resignadas, verdaderas quejas de madre.
    Mientras iba leyendo, vio con su imaginacion el antiguo palacio de los Torrebianca, alla en Toscana, un edificio enorme y ruinoso circundado de jardines. Los salones, con pavimento de marmol multicolor y techos mitologicos pintados al fresco, tenfan las paredes desnudas, marcandose en su polvorienta pa-lidez la huella de los cuadros celebres que las adornaban en otra epoca, hasta que fueron vendidos a los anticuarios de Florencia.
    El padre de Torrebianca, no encontrando ya lienzos ni estatuas como sus antecesores, tuvo que hacer moneda con el archivo de la casa, ofreciendo autografos de Maquiavelo, de Miguel Angel y otros florentinos que se habfan carteado con los grandes personajes de su familia.

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   Fuera del palacio, unos jardines de tres siglos se extendfan al pie de amplias escalinatas de marmol con las balaustradas rotas bajo la pesadez de tortuosos rosales. Los peldanos, de color de hueso, estaban desunidos por la expansion de las plantas parasitas. En las avenidas, el boj secular, recortado en forma de anchas murallas y profundos arcos de triunfo, era semejante a las ruinas de una metropoli ennegrecida por el incendio. Como estos jardines llevaban muchos anos sin cultivo, iban tomando un aspecto de selva florida. Resonaban bajo el paso de los raros visitantes con ecos melancolicos que hacfan volar a los pajaros lo mismo que flechas, esparciendo enjambres de insectos bajo el ramaje y carreras de reptiles entre los troncos.
   La madre del marques, vestida como una campesina, y sin otro acompanamiento que el de una muchacha del pais, pasaba su existencia en estos salones y jardines, recordando al hijo ausente y discurriendo nuevos medios de proporcionarle dinero.
   Sus unicos visitantes eran los anticuarios, a los que iba vendiendo los ultimos restos de un esplendor saqueado por sus antecesores. Siempre necesitaba enviar algunos miles de liras al ultimo Torrebianca, que, segun ella crefa, estaba desem-penando un papel social digno de su apellido en Londres, en Parfs, en todas las grandes ciudades de la tierra. Y convencida de que la fortuna que favorecio a los primeros Torrebianca acabarfa por acordarse de su hijo, se alimentaba parcamente, comiendo en una mesita de pino blanco, sobre el pavimento de marmol de aquellos salones donde nada quedaba que arrebatar.
   Conmovido por la lectura de la carta, el marques murmuro varias veces la misma palabra: «Mama... mama.»
   «Despues de mi ultimo envfo de dinero, ya no se que hacer. ;Si vieses, Federico, que aspecto tiene ahora la casa en que naciste! No quieren darme por ella ni la vigesima parte de

Vicente Blasco Ibanez. La tierra de todos

su valor; pero mientras se presenta un extranjero que desee realmente adquirirla, estoy dispuesta a vender los pavimentos y los techos, que es lo unico que vale algo, para que no sufras apuros y nadie ponga en duda el honor de tu nombre. Vivo con muy poco y estoy dispuesta a imponerme todavfa mayores pri-vaciones; pero ^no podreis tu y Elena limitar vuestros gastos, sin perder el rango que ella merece por ser esposa tuya? Tu mujer, que es tan rica, ^no puede ayudarte en el sostenimiento de tu casa?...»
    El marques ceso de leer. Le hacfa dano, como un remordi-miento, la simplicidad con que la pobre senora formulaba sus quejas y el engano en que vivfa. jCreer rica a Elena! jImaginarse que el podia imponer a su esposa una vida ordenada y economica, como lo habfa intentado repetidas veces al principio de su existencia matrimonial!.
    La entrada de Elena en la biblioteca corto sus reflexiones. Eran mas de las once, y ella iba a dar su paseo diario por la avenida del Bosque de Bolonia para saludar a las personas conocidas y verse saludada por ellas.
    Se presento vestida con una elegancia indiscreta y de-masiado ostentosa, que parecfa armonizarse con su genero de hermosura. Era alta y se mantenfa esbelta gracias a una continua batalla con el engrasamiento de la madurez y a los frecuentes ayunos. Se hallaba entre los treinta y los cuarenta anos; pero los medios de conservacion que proporciona la vida moderna le daban esa tercera juventud que prolonga el esplendor de las mujeres en las grandes ciudades.
    Torrebianca solo la encontraba defectos cuando vivfa lejos de ella. Al volverla a ver, un sentimiento de admiracion le dominaba inmediatamente, haciendole aceptar todo lo que ella exigiese.
    Saludo Elena con una sonrisa, y el sonrio igualmente. Luego puso ella los brazos en sus hombros y le beso, hablandole con un ceceo de nina, que era para su marido el anuncio de alguna

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nueva petition. Pero este fraseo pueril no habfa perdido el poder de conmoverle profundamente, anulando su voluntad.
   — jBuenos dfas, mi coco!... Me he levantado mas tarde que otras mananas; debo hacer algunas visitas antes de ir al Bosque. Pero no he querido marcharme sin saludar a mi maridito adorado. Otro beso, y me voy.
   Se dejo acariciar el marques, sonriendo humildemente, con una expresion de gratitud que recordaba la de un perro fiel y bueno. Elena acabo por separarse de su marido; pero antes de salir de la biblioteca hizo un gesto como si recordase algo de poca importancia, y detuvo su paso para hablar.
   — ^Tienes dinero?.
   Ceso de sonreir Torrebianca y parecio preguntarle con sus ojos: «^Que cantidad deseas?»
   — Poca cosa. Algo asf como ocho mil francos.
   Un modisto de la rue de la Paix empezaba a faltarle al respe-to por esta deuda, que solo databa de tres anos, amenazandola con una reclamacion judicial. Al ver el gesto de asombro con que su marido acogfa esta demanda, fue perdiendo la sonrisa pueril que dilataba su rostro; pero todavfa insistio en emplear su voz de nina para gemir con tono dulzon:
   — ^Dices que me amas, Federico, y te niegas a darme esa pequena cantidad?.
   El marques indico con un ademan que no tenia dinero, mo-strandole despues las cartas de los acreedores amontonadas en la bandeja de plata.
   Volvio a sonreir ella; pero ahora su sonrisa fue cruel.
   — Yo podrfa mostrarte — dijo — muchos documentos iguales a esos... Pero tu eres hombre, y los hombres deben traer mucho dinero a su casa para que no sufra su mujercita. ^Como voy a pagar mis deudas si tu no me ayudas?...
   Torrebianca la miro con una expresion de asombro.
   — Te he dado tanto dinero. jtanto! Pero todo el que cae en tus manos se desvanece como el humo.

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    Se indigno Elena, contestando con voz dura:
    — No pretenderas que una senora chic y que, segun dicen, no es fea, viva de un modo mediocre. Cuando se goza el orgullo de ser el marido de una mujer como yo hay que saber ganar el dinero a millones.
    Las ultimas palabras ofendieron al marques; pero Elena, dandose cuenta de esto, cambio rapidamente de actitud, aproximandose a el para poner las manos en sus hombros.
    — ^Por que no le escribes a la vieja?... Tal vez pueda en-viarnos ese dinero vendiendo alguna antigualla de tu caseron paternal.
    El tono irrespetuoso de tales palabras acrecento el mal humor del marido.
    — Esa vieja es mi madre, y debes hablar de ella con el respeto que merece. En cuanto a dinero, la pobre senora no puede enviar mas.
    Miro Elena a su esposo con cierto desprecio, diciendo en voz baja, como si se hablase a ella misma:
    — Esto me ensenara a no enamorarme mas de pobreto-nes. Yo buscare ese dinero, ya que eres incapaz de propor-cionarmelo.
    Paso por su rostro una expresion tan maligna al hablar asi, que su marido se levanto del sillon frunciendo las cejas.
    — Piensa lo que dices. Necesito que me aclares esas palabras.
    Pero no pudo seguir hablando. Ella habfa transformado completamente la expresion de su rostro, y empezo a reir con carcajadas infantiles, al mismo tiempo que chocaba sus manos.
    — Ya se ha enfadado mi coco. Ya ha crefdo algo ofensivo para su mujer... jPero si yo solo te quiero a ti!
    Luego se abrazo a el, besandole repetidas veces, a pesar de la resistencia que pretendfa oponer a sus caricias. Al fin se dejo dominar por ellas, recobrando su actitud humilde de enamorado.

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    Elena lo amenazaba graciosamente con un dedo.
    — A ver: jsonrfa usted un poquito, y no sea mala persona!... ^De veras que no puedes darme ese dinero?
    Torrebianca hizo un gesto negativo, pero ahora parecfa avergonzado de su impotencia. — No por ello te querre menos — continue ella. — Que esperen mis acreedores. Yo procurare salir de este apuro como he salido de tantos otros. jAdios, Federico!
    Y marcho de espaldas hacia la puerta, enviandole besos hasta que levanto el cortinaje.
    Luego, al otro lado de la colgadura, cuando ya no podia ser vista, su alegrfa infantil y su sonrisa desaparecieron instanta-neamente. Paso por sus pupilas una expresion feroz y su boca hizo una mueca de desprecio.
    Tambien el marido, al quedar solo, perdio la effmera alegrfa que le habfan proporcionado las caricias de Elena. Miro las cartas de los acreedores y la de su madre, volviendo luego a ocupar su sillon para acodarse en la mesa con la frente en una mano. Todas las inquietudes de la vida presente parecfan haber vuelto a caer sobre el de golpe, abrumandolo.
    Siempre, en momentos iguales, buscaba Torrebianca los recuerdos de su primera juventud, como si esto pudiera servirle de remedio. La mejor epoca de su vida habfa sido a los veinte anos, cuando era estudiante en la Escuela de Ingenieros de Lieja. Deseoso de renovar con el propio trabajo el decafdo esplendor de su familia, habfa querido estudiar una carrera «moderna» para lanzarse por el mundo y ganar dinero, como lo habfan hecho sus remotos antepasados. Los Torrebianca, antes de que los reyes los ennobleciesen dandoles el tftulo de marques, habfan sido mercaderes de Florencia, lo mismo que los Medicis, yendo a las factorfas de Oriente a conquistar su fortuna. El quiso ser ingeniero, como todos los jovenes de su generacion que deseaban una Italia engrandecida por la industria, asf como en otros siglos habfa sido gloriosa por el arte.

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    Al recordar su vida de estudiante en Lieja, lo primero que resurgfa en su memoria era la imagen de Manuel Robledo, camarada de estudios y de alojamiento, un espanol de caracter jovial y energfa tranquila para afrontar los problemas de la existencia diaria. Habfa sido para el durante varios anos como un hermano mayor. Tal vez por esto, en los momentos diffciles, Torrebianca se acordaba siempre de su amigo.
    jIntrepido y simpatico Robledo!... Las pasiones amorosas no le hacfan perder su placida serenidad de hombre equili-brado. Sus dos aficiones predominantes en el periodo de la juventud habfan sido la buena mesa y la guitarra.
    De voluntad facil para el enamoramiento, Torrebianca andaba siempre en relaciones con una liejesa, y Robledo, por acompanarle, se prestaba a fingirse enamorado de alguna amiga de la muchacha. En realidad, durante sus partidas de campo con mujeres, el espanol se preocupaba mas de los preparativos culinarios que de satisfacer el sentimentalismo mas o menos fragil de la companera que le habfa deparado la casualidad.
    Torrebianca habfa llegado a ver a traves de esta alegrfa ruidosa y materialista cierto romanticismo que Robledo pre-tendfa ocultar como algo vergonzoso. Tal vez habfa dejado en su pais los recuerdos de un amor desgraciado. Muchas noches, el florentino, tendido en la cama de su alojamiento, escuchaba a Robledo, que hacfa gemir dulcemente su guitarra, entonando entre dientes canciones amorosas del lejano pais.
    Terminados los estudios, se habfan dicho adios con la esperanza de encontrarse al ano siguiente; pero no se vieron mas. Torrebianca permanecio en Europa, y Robledo llevaba muchos anos vagando por la America del Sur, siempre como ingeniero, pero plegandose a las mas extraordinarias transformaciones, como si reviviesen en el, por ser espanol, las inquietudes aventureras de los antiguos conquistadores.
    De tarde en tarde escribfa alguna carta, hablando del pasado mas que del presente; pero a pesar de esta discrecion,

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