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Стервятники «Флориды»: книга для чтения на испанском языке

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Действие романа «Стервятники „Флориды”» аргентинского писателя Бенито Линча разворачивается в степном скотоводческом поместье. Хозяин ранчо Дон Франсиско Суарес Орофио покинул город, получил землю от старого крестьянина-гаучо и потратил 30 лет своей жизни на развитие поместья. Любовная драма начинается с возвращения домой его сына Панчито. В романе Линч показывает бессилие цивилизации перед мощью дикой пампы. Она подчиняет главных героев, стирает тонкий налет воспитания и образования и диктует: «В любви каждый за себя». Погрузитесь в яркий, полный драматизма и страстей роман на языке оригинала.
Линч, Б. Стервятники «Флориды»: книга для чтения на испанском языке : художественная литература / Б. Линч. - Санкт-Петербург : КАРО, 2022. - 288 с. - (Literatura clásica). - ISBN 978-5-9925-1558-9. - Текст : электронный. - URL: https://znanium.com/catalog/product/1902879 (дата обращения: 25.04.2024). – Режим доступа: по подписке.
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Benito LYNCH


LOS CARANCHOS DE LA FLORIDA



LITERATURA CLASICA





КАР О
Санкт-Петербург

УДК 372.8
ББК 81.2 Исп-93
    Л59




     Линч, Бенито.
Л59 Стервятники «Флориды»: книга для чтения на испанском языке / Б. Линч. — Санкт-Петербург, КАРО, 2022. — 288 с. — (Literature clasica).
     ISBN 978-5-9925-1558-9.
        Действие романа «Стервятники „Флориды”» аргентинского писателя Бенито Линча разворачивается в степном скотоводческом поместье. Хозяин ранчо Дон Франсиско Суарес Орофио покинул город, получил землю от старого крестьянина-гаучо и потратил 30 лет своей жизни на развитие поместья. Любовная драма начинается с возвращения домой его сына Панчито. В романе Линч показывает бессилие цивилизации перед мощью дикой пампы. Она подчиняет главных героев, стирает тонкий налет воспитания и образования и диктует: «В любви каждый за себя».
        Погрузитесь в яркий, полный драматизма и страстей роман на языке оригинала.


УДК 372.8
ББК 81.2 Исп-93







ISBN 978-5-9925-1558-9

                             © КАРО, 2022
                             Все права защищены

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    Don Francisco Suarez Orono abre la contrapuerta de alambre tejido que protege el comedor contra la invasion de las moscas, da un puntapie al perro picazo que duerme largo a largo junto al umbral, y saliendo a la amplia galena embaldosada va a sentarse en su viejo sillon de mimbre, en aquel viejo sillon desvencijado por el uso y al cual, no obstante, todos miran en la estancia con el respeto mas profundo.
    jLa silla del patron! jCuantos gauchos compadres habran palidecido en el espacio de treinta anos ante aquel mueble modesto, ante aquel mlsero mueble, que muestra mil refacciones antiesteticas! jy cuantos retos, y cuantos insultos, y cuantas cachetadas habran resonado bajo el gran corredor que lo alberga!
    Es como un solio, es como un trono, como algo inac-cesible e inspirador de miedo, para todos los peones del establecimiento y para todos los gauchos de diez leguas a la redonda de La Florida.
    Cuando el patron alunado se sienta en ese sillon, y con el rostro palido y las cejas fruncidas ordena a algun peon, refiriendose a otro, cai'do en desgracia suya por

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alguna torpeza: “Decile a ese que venga paca”, ya hay musica para largo rato y ya procura bien, todo el mundo, apartarse de las inmediaciones de aquel tribunal.
    Don Francisco Suarez Orono es un hombre de carac-ter violento, es un hombre peligrosamente impulsivo; su valor, mil veces probado en la lucha con los hombres y con las bestias, lo ha rodeado de una aureola tal de prestigio entre las gentes del pago, que sus mas insig-nificantes acciones son comentadas delante del fogon, de todas las cocinas.
    Las gentes del pueblo no le quieren porque es casi un misantropo, y porque el las critica con esa intoleran-cia irritante que suelen tener para la gente de los pueblos pequenos ciertos hombres nacidos en los grandes centros, a quienes galvaniza el orgullo de su prosapia ilustre, como un mal incurable.
    Para don Pancho, todos son unos ladeados, calificati-vo que repite con extraordinaria frecuencia y con el cual quiere significar: personas de poca distincion, personas de cultura escasa y de humildfsima cuna.
    Los puebleros, con raras excepciones, le odian, como hemos dicho, pero ese odio es sordo y no se trasluce mayormente; primero, porque don Pancho no los ve casi nunca, y despues, porque el patron de La Florida conser-va en Buenos Aires relaciones valiosas, relaciones que le colocan en situacion de imponer su voluntad cuando se le antoja y aun en las arduas cuestiones de polftica.

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    Todos los caudillejos se titulan sus amigos, todos le han solicitado en alguna oportunidad servicios de aquellos que el puede prestar y que presta, aunque desvirtuandolos siempre, en su afan de humillar con la superioridad de su valer.
    — Don Pancho — dice algun mulatillo compadron con voz planidera — , el quince voy a ir a Buenos Aires para ver al doctor X.; y como usted es amigo de el, yo quisiera que me diese una carta, a ver si asf consigo...
    Don Pancho lo interrumpe con una sonrisa perversa dibujada en sus labios delgados, y mirandole en los ojos, con aquellos los suyos pequenitos y pardos, exclama:
    — jComo!... jUn caudillo como usted! ... ^un hombre que dicen que arrastra doscientos votos me pide recomendaciones a mi, que no valgo un pito en polftica? jQue cosa rica!
    El otro se corta un poco, pero en seguida, agachando el lomo, dice lo que es tan grato al oi'do de su interlocutor:
    — ^Yo, caudillo? jBah, don Pancho! Tengo algunos amigos, es cierto; pero ^quien soy yo? jSi no conozco a nadie en Buenos Aires! jsi cada vez que voy alla, ando todo boliado!
    Don Francisco Suarez Orono vino de Buenos Aires a Dolores hace una treintena de anos, a rafz de la muerte de sus padres, en compani'a de sus dos hermanos ma-yores, Eduardo y Julian; y entre los tres adquirieron de un gaucho viejo, que vegetaba allf desde haci'a medio si-glo,una fraccion de tierra, cuatro leguas y pico de campo

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bastante bajo, cuya cabecera sudeste se internaba en los montes del Tordillo.
    Eduardo, el mayor, tema un hijo natural, Eduardi-to, como le llamaban en la familia; nino de diez anos, a quien su padre saco del colegio para llevarlo consigo.
    Julian, de caracter violento y pendenciero, fue* muer-to por un peon al ano justo de estar en el campo, y cuan-do aun no habi'a comenzado la edification de su estancia.
    Eduardo poblo su fraccion de campo, que era la del lado del Tordillo, y Francisco, a quien habia correspon-dido el casco de La Florida, nombre con que su anterior dueno habi'a bautizado al establecimiento, sintiendose aburrido, marcho a Europa, dejando aquellos terrones a cargo de su hermano.
    Cuando volvio, casado con una inglesa rubia y delica-da como una creacion romantica, cuando volvio, decimos, con aquella lady de ojos azules, cuyo retrato se ve ahora en la alcoba del viejo estanciero, Eduardo habi'a muerto apenas hatia un mes, y su hijo Eduardito, adolescente, lloraba solo en aquella gran estancia casi abandonada.
    Don Pancho se hizo cargo de todo el establecimiento; se llevo consigo a su mujer, y Eduardito, a pesar de sus protestas amargas, fue enviado a Buenos Aires y puesto a pupilo en un colegio britanico.

* fue = fue. Подчеркиванием выделены слова, группы слов и словосочетания, содержащие латиноамериканскую специфику и просторечия, отличающиеся от лексической и грамматической нормы

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    Las malas lenguas del pueblo aseguran que don Pancho mato a su mujer a disgustos, y presa de unos celos tan injustificados como barbaros, mientras otras, las buenas seguramente, afirman siempre que aquella murio vi'ctima de una horrible enfermedad que le habi'a contagiado su esposo.
    Falsas o ciertas estas dos versiones, la cuestion es que lady Suarez Orono, “la inglesita de La Florida” como la llamaban en el pago, apenas acompano a su marido dos anos. Una noche de invierno, mientras llovia furio-samente, mientras las lagunas y los arroyos se desborda-ban poniendo a nado los albardones mas altos ahogando ovejas a millares, la pobre trasplantada murio sin mas asistencia que la muy relativa que podi'an prestarle su marido, su sirvienta Rosa y la torpe cocinera gaucha que entendia de danos y de yuyos.
    Ni el carruaje de la estancia, ni cinco chasquis envia-dos uno tras otro a traves de aquel desierto inmenso de cangrejales y de agua, pudieron traer a tiempo un auxilio facultativo; y cuando la luz del alba mostro su faz ver-dosa a traves de los vidrios de la ventana, ya lady Clara estaba muerta, a miles de leguas de la casa de sus padres y ante tres caras llenas de dolor, de azoramiento y de espanto; un nino recien nacido, amoratado y flacucho, lloraba inconsciente de su desgracia enorme...
    Aquel misero chico fue rodeado por don Pancho de tantas comodidades y de tantos cuidados que a los

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cinco anos era ya un hombrecillo vivaracho y perver-so, un hombrecillo que cascoteaba las gallinas y hatfa aullar de dolor al credito de su padre, el perro Limay, un hermoso animal tan docil y suave para con su amo como feroz y agresivo para los extranos.
    Panchito tema los mismos ojos azules y el mismo cabello rubio de la difunta Clara. La nariz no; la nariz y la boca eran identicas a las de su padre: nariz aguilena y aguda como el pico de los caranchos y boca pequenita de labios finos.
    En lo moral, el nino revelo muy pronto la herencia paterna. Era malo, suspicaz y tan impulsivo que, una vez enojado, arrojaba a la gente lo primero que encontraba a mano.
    Cuando Panchito cumplio ocho anos, a pesar de la energfa de su caracter el padre tuvo miedo y resolvio enviarlo, en consecuencia, a Buenos Aires, en compama de su primo Eduardo, pobre cautivo que rumiaba en el ostracismo sus incurables nostalgias.
    La estancia quedo muy triste. Rosa, la sirvienta de lady Clara, ultimo recuerdo para don Pancho de su di-suelta familia, se caso con Sandalio Lopez, un gaucho cuarenton, un pobre gaucho neurotico, que la verna ron-dando desde largos anos y que se la llevo al puesto que atendia, alla, en la costa de la laguna de Los Toros; puesto en donde el patron lo habia colocado, con una majada al tercio y la mitad del beneficio de la nutria.

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    Dos anos resistio don Pancho aquella soledad, hasta que al cabo, conmovido por las suplicas de su sobrino Eduardito, resolvio traerlo a su lado para suplir la au-sencia del hijo.
    Eduardito vino hecho ya un hombre. La vida del colegio lo habia civilizado algo, pero pocos meses de am-biente campero bastaron para devolverlo a sus antiguos habitos. Amaba la vida gaucha; le gustaba encanallarse; el trato con los peones teni'a para el infinitos atractivos. Pero todo eso resulto tan odioso a don Pancho, que, al cabo de tres o cuatro desagrados, en los cuales el re-benque que eternamente colgaba de un pasador de la puerta del comedor anduvo muy cerca de las nalgas del democratico joven, resolvio entregarle lo suyo, envian-dolo en seguida a su campo con la prohibicion de volver a pisar en La Florida.
    “jAnda y hacete un animal!” fue la despedida; y Eduardito, que si bien era testarudo como un buey chacarero, teni'a buen caracter, fuese a su estancia El Cardon, muy contento y barajando en su cerebro ro-mantico proyectos risuenos de parejeros, de bailes y guitarreadas.
    Cuando Panchito cumplio diez y siete anos quiso volver tambien al lado de su padre; pero este, que haMa notado los buenos efectos que el ambiente habi'a pro-ducido en el caracter de su hijo, y que terna entre ceja y ceja lo del fracaso de Eduardo, se apreto el corazon con

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ambas manos, y usando de toda su entereza lo envio a Alemania a estudiar agronom^a.
    As^ transcurrieron seis anos mas, seis anos que parecieron al hijo seis siglos, y al padre toda una eter-nidad; hasta que por fin recibio este la carta en la cual el joven agronomo, terminada su carrera, anunciaba el regreso. “Para noviembre” deci'a aquella misiva la-conica con la fecha de cinco semanas atras, pero no precisaba nada; de tal manera que el padre comenzo a aguardarlo dia por dia, y hora por hora, desde que recibio la noticia.
    Ha transcurrido noviembre y Panchito no ha apare-cido, sin embargo; y es por eso que, en el momento de iniciar nuestro relato, su padre, que acaba de dormir la siesta, se ha sentado malhumorado y adusto en su viejo sillon del corredor.
    El sol marca en el amplio patio las li'neas correctas de su retaguardia en retirada ante el firme avance de la sombra de la casa, y hace chispear aqui' y aculla, como brillantes diminutos, esas mil particulas de vidrio que el pisoteo continuo va incrustando en la tierra endurecida como asfalto.
    Hace mucho calor y el sol de fuego cae implacable sobre los grandes sauces que encuadran el patio, hacien-do palidecer con su reflexion violenta el verde rabioso de las hojas, que se marchitan y se ponen mustias como si fueran a morir de pesadumbre.

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